Seis hombres
ciegos trataban de averiguar por sí mismos a que se parecía un elefante: el
primero tocó la parte lateral, y se parecía a una pared; el segundo tocó un
colmillo, y se parecía a una lanza; el tercero tocó la trompa, y se parecía a
una serpiente; el cuarto tocó con sus brazos alrededor de una pierna, y se
parecía a un árbol; el quinto tocó la cola, y se parecía a una cuerda; el sexto
tocó la oreja, y se parecía a un abanico. Aunque todos en parte tenían razón,
cada uno pensaba que su opinión era la única correcta y que los demás estaban
equivocados; por tanto ninguno intentó averiguar la verdad. (Leyenda hindú).
Algo de esto
ocurre en educación, y coincidentemente el maestro Alejando Cussiánovich
(impulsor de la pedagogía de la ternura),
señala que la acción educativa es un encuentro de subjetividades. Por
tanto, no se puede absolutizar; lo cual supone un trabajo sobre la base de un
pensamiento hipotético y perspectivas,
en lugar de actuar en función solo a dogmas.
De allí, la
educación intercultural constituye una alternativa para entender a un niño,
niña, adolescente en un contexto de su integralidad y complejidad con una visión hologramática (reconocer al
todo en cada parte, y en cada parte el todo).
En esta línea, Edgar Morin propone siete saberes necesarias para la educación del futuro: Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión; los principios de un conocimiento pertinente; enseñar: la condición humana, la identidad terrenal, la comprensión; enfrentar las incertidumbres; la ética del género humano.
Publicado en Diario el Correo
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