Esta pandemia nos enrostra las
deficiencias y precariedades de nuestra política de la salud pública, tanto en su
gestión (estatal- privada), presupuesto, infraestructura, logística, formación profesional,
atención “deshumanizante” - convirtiéndose la salud pública en un “negocio”,
etc. Asimismo, desde la parte educativa se evidencia escasa acción de promoción
y la prevención de la salud, priorizándose principalmente más a la atención y
rehabilitación.
A pesar que, tanto la salud como
la educación constituyen un derecho, en nuestro país existen brechas de acceso,
cobertura, calidad de atención con pertinencia y equidad; donde la mayoría de
la población no accede ni recibe un servicio de salud integral con calidad y
calidez; no obstante, del esfuerzo de la actual gestión gubernamental - “año
de la universalización de la salud”.
A la luz, de la propagación de la
COVID-19 se viene adoptándose estrategias para mitigar las implicancias
nefastas en la población. En este escenario, las redes sociales, la prensa
hablada y escrita vienen desplegando un conjunto de informaciones y
recomendaciones; algunas razonables otras sensacionalistas al igual que muchos
ciudadanos y empresarios provocando acaparamiento o especulación de productos y
costos “a río revuelto, ganancia de pescadores”.
Por tanto, en el sentido
educativo, creo que debemos sacar lecciones desde la perspectiva de la
promoción de la salud a cambiar hábitos, desarrollar más nuestra conciencia
personal, comunitaria, social y especialmente la ambiental para el buen vivir y
así asegurar un mejor porvenir en armonía con nuestra madre tierra; porque “no
hay un mal que por bien no venga”.
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